Hace mucho tiempo, en algún lugar bañado por el mediterráneo un buen maestro entrenó a su hijo en el arte de la guerra.

El maestro, amaba tanto a su hijo y le preocupaba tanto su seguridad que le entrenó en espada, impacto, cuerpo a cuerpo, lucha de suelo, o fuerza física y agilidad entre otras cualidades.

Pero este maestro amaba tanto a su hijo que temía que se hiciera daño, así que todo lo que hacía el muchacho eran técnicas al aire. Espadazos al aire, esquivas frente a ningún adversario, puñetazos o patadas o codazos o rodillazos al vacío, palancas a codos que no existían, y derribos a personas que jamás estuvieron allí.

El muchacho creció creyendo que era el mejor de los guerreros que jamás hubiera estado en la tierra. Entrenaba todos los días, con todas sus fuerzas y su corazón, se esforzaba hasta el anochecer incluso bien arriba la luna, hasta su último aliento, hasta la última gota de sudor, siguiendo las instrucciones de su padre y maestro, gastando tiempo y vida por mejorar a cada segundo y ser el mejor guerrero del mundo.

Pero cierta noche, llegaron los invasores del norte,  arrasaron con todo. Solo pudo sobrevivir gracias a la suerte, cuando sus golpes de espada eran bloqueados por escudos, los brazos de sus enemigos retorcidos para ser inmunes a las palancas, y los pies levantados para no ceder a los derribos.

Herido en cuerpo y sobre todo en alma, con su hogar quemado y su familia muerta, deambuló moribundo, más muerto que vivo, hasta llegar a una ciudad donde malvivió un tiempo recogiendo hojas de esparto para tejer sandalias con sus manos, de sol a sol, por unas pocas monedas.

Así conoció a su mujer, se casó y tuvo su primer hijo, y lo amó tanto y le preocupó tanto su seguridad que quiso entrenarle en el arte de la guerra, el manejo de la espada, el impacto, la lucha cuerpo a cuerpo, o la pelea de suelo. Pero le amó tanto y le preocupó tanto su seguridad, que no quiso esconderle el calor de los golpes ni el frío del acero, llevando el entrenamiento más allá, a aprender no solo de las técnicas, sino de los errores del propio entrenamiento al enfrentar a un compañero.

Este muchacho creció como guerrero, hijo de guerrero y nieto de guerrero, se casó y fundó su propia ciudad, la cual en honor a su padre y el oficio que tenía, llamó: ESPARTA!!

Haz Kihon, haz katas, haz pumse, haz formas, haz tools, haz drills, haz sombra, haz footwork, haz tiro contra una silueta de papel que no se mueve ni te ataca, pero no te quedes ahí. Rompelos en cachitos, desordenalos, juntalos de nuevo de otra forma, entrena secciones individuales sin prestar atención a la anterior ni a la siguiente, compón las tuyas propias e incorporalos donde te plazca.

Y cuando lo hayas hecho todo, JUEGA, juega frente a frente con un compañero, trata de tocarle y que no te toque, protegeros con guantes, cascos y petos, pero aplica lo entrenado cuando el otro no colabora, analiza tus fallos y mejora.

Porque si te quedas solo en lo primero, lo que haces no es luchar, es Bailar.

Cuento y reflexiones de Enric Navarro
Entrenador Defensa Personal
www.enricnavarro.es

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  1. Un cuento muy bonito y fácil de entender. A ver si se aplican el cuento esos que cuando les tocas se van llorando a su mamá. O cuando les dices que sigan entrenando, se paran… Para beber agua, que están muy cansados. Esta generación de hoy en día en una blanda y quejica. Por eso, todos bailan. Con los dedos de una mano te señalaría a los que luchan de verdad.

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